Puede Whatsapp controlar tus emociones ?
A veces nos preguntamos si somos adictos a esta famosa aplicacion que ha alcanzado a millones de personas en el mundo y cada vez mas obtiene mas y mas descargas, incluso nos encontramos con personas que tienen 2 y hasta 3 Whatsapp diferentes, pero con la tecnologia de la manera en la que estamos viviendo en el siglo 21 es implosible mantenerse comunicado.
WhatsApp es un tipo de aplicación que por sus características (acceso inmediato a la persona, posibilidad de conocimiento de la última hora de conexión, etc) se hace muy tentadora para un dependiente emocional. Los dependientes emocionales se pasan el día verificando o buscando el amor del otro, la aprobación, WhatsApp permite controlar ciertos factores (¿cuánto tarda en contestarme después de leer el mensaje?, ¿a qué hora se fue a dormir?, ¿se ha quedado sin batería?) que en principio podría parecer que tranquilizarían al dependiente, pero obviamente no es así, en realidad crea más dudas que luego provocan que el dependiente aún este más pendiente de la otra persona… ¿Por qué se conectó a las 4 de la mañana?, ¿Por qué si estaba en línea y lo ha leído aun no me ha contestado? Y ello les lleva a pensar (por las distorsiones cognitivas) cosas como que el otro estaba con otra, que no le quiere, o cualquier sentimiento de rechazo similar, lo cual hace que la persona lleve a cabo más esfuerzos (en ocasiones frenéticos) para recuperar o entender por qué el otro se comporta así, para calmar esa incertidumbre y recibir la atención que necesita del otro. Al final es un círculo vicioso.
Pero la cosa no acaba ahí porqué con el doble tick ahora podemos saber si lo recibió, si lo leyó y a qué hora exacta lo leyó. El problema es que la aplicación no va a razonar por nosotros y tampoco está exenta de fallos, pero ante la incertidumbre uno siempre piensa mal y más si tiene rasgos dependientes. Realmente convertir al usuario en un adicto es una genial estrategia de marketing.
WhatsApp permite servir de herramienta para la necesidad continua de comprobación de los dependientes, una vía que antes no existía. La tentación es muy grande: Voy a ver qué hace, dónde está, voy a decirle que le quiero (porque quiero que me conteste lo mismo), voy a preguntarle si debería ir a tal sitio o no… Con el WhatsApp la reacción es tan rápida que ni la sopesamos, al final llegando a agobiar a la otra persona o creando un problema donde no lo había.
Para el impulsivo también WhatsApp puede causar muchos problemas. No son solo los dependientes los que se ven afectados negativamente por esta facilidad de contacto y control del otro, el impulsivo va a arrepentirse de haber dicho algo sin pensarlo, de insistir demasiado, etc… Y como no, si tenemos un trastorno como el Límite (en el que aparecen ambos: dependencia e impulsividad), el WhatsApp va a ser una conducta muy difícil de controlar que solo intensificara los problemas emocionales y sociales típicos de estas personas.
Otro problema que presenta WhatsApp es que no permite un duelo cuando hay ruptura emocional. Antes cuando se producía una ruptura se pasaba un tiempo sin saber del otro, pero ahora uno puede ver la feliz vida del otro por Facebook, seguir controlando y cotilleando y seguir pendiente de si ahora que ya no está con nosotros está conectado a altas horas de la noche a WhatsApp, si nos ha borrado etc… Lo cual solo intensifica la sensación de dependencia y dificulta la superación de la ruptura.
Pero los estudios muestran que no solo el problema es para los que ya son impulsivos o dependientes (o controladores y celosos, que no lo habíamos comentado pero también sacan des-provecho del WhatsApp), sino que este tipo de aplicaciones (englobando a otras similares y redes sociales) acaban por aumentar los rasgos en la población general, pueden inducir en cierta dependencia en casos de personas que antes no lo eran tanto y el aumento de casos en la actualidad se atribuye en cierto porcentaje a la aparición de estas nuevas tecnologías.
Tal vez las aplicaciones de este tipo deberían venir con un aviso como el que aparece en las cajetillas de tabaco o de alcohol.