Hablando en metáforas


Por Ángela Brouwer

Lo más probable es que cuando escuchas o lees la palabra “metáfora” pienses en literatura y poesía, pero ¿sabías que el pensamiento está organizado de manera metafórica? En otras palabras, actuamos, hablamos y pensamos utilizando metáforas. Cada vez que hablamos o nos movemos, estamos haciéndolo en función de metáforas.

En primer lugar, es preciso explicar qué es realmente una metáfora. La metáfora no es solo un elemento decorativo utilizado en la literatura y la poesía, es más bien la forma en que entendemos el mundo que nos rodea. En nuestra mente existen conceptos y categorías de todo lo que nos rodea. Por ejemplo, una silla como concepto estaría ubicado en la categoría de muebles o de elementos del hogar, y como ya sabemos es un concepto concreto. Todos sabemos qué es una silla y para qué se utiliza. Lo mismo pasa con las mesas, los carros, los teléfonos. Todos están incluidos en categorías mentales, de acuerdo con sus usos y características. Pensemos en un ejemplo más fácil: las aves. Las aves tienen características comunes. La mayoría tiene plumas, pico y dos patas. Podríamos agregar que vuelan, pero hay aves como el pingüino y el avestruz que no vuelan. También podríamos decir que el murciélago es un ave porque vuela, pero es en realidad un mamífero. Como pueden ver, cada cosa o animal está incluido en una categoría que revela su naturaleza, aunque por motivos obvios, hay animales y cosas que son la excepción a la regla. Todos son tangibles, se les puede ver, se les puede tocar, son conceptos concretos. En resumen, los conceptos concretos se pueden percibir a través de nuestros sentidos.

Pero ¿qué pasa con los conceptos abstractos? Estos son conceptos que designan entidades que no se pueden percibir con los sentidos, como el amor, la honestidad, la justicia, la envidia, el enfado, el miedo, la vida, etc. En 1980, el lingüista George Lakoff junto al psicólogo Mark Johnson publicaron el monográfico “Metaphors we live by” (Metáforas según las cuales vivimos), en el cual estudiaron expresiones cotidianas del inglés y encontraron patrones que coincidían con metáforas. Es así como plantean que el pensamiento está organizado en torno a una serie de metáforas conceptuales que nos ayudan a entender nuestro mundo. Es decir, utilizamos metáforas para explicar los conceptos abstractos que no podemos percibir y explicar a través de nuestros sentidos. Llamemos al concepto abstracto B y al concepto concreto A. Como el concepto concreto A se puede explicar y se puede percibir, utilizamos sus características para explicar el concepto abstracto B y así entenderlo. Así decimos que A es B. Por ejemplo ¿qué es el enfado (pike, en buen dominicano)? Seguro que has pensado que es una emoción o un sentimiento, pero ¿podrías explicar concretamente qué es? Claro que sí, pero necesitarías una metáfora para explicarlo. Podríamos proponer las siguientes:

  •          Cuando dices “esta rabia me está quemando por dentro”, en realidad estás diciendo que “el enfado es un liquido caliente en un contendor”. En este caso, tú eres el contendor, eres como una olla de presión cerrada, y ese enfado es un líquido caliente que te quema. Es obvio que no tienes fuego por dentro, ni agua hirviendo y mucho menos eres una olla de presión de verdad (¿o sí?), pero la mejor forma de explicar lo que sientes es tomar un aspecto concreto de una realidad conocida y “mapearlo” sobre esa emoción que no sabes explicar.

  •         Cuando dices “esta rabia me consume”, en realidad estás diciendo que “el enfado es fuego” y al igual que el fuego consume un pedazo de leña, también te consume a ti. De nuevo, ni eres leña, ni te estás quemando en realidad, pero seguro que experimentas como sube tu temperatura corporal, como se te inflan las venas, como sudas más de lo normal. Y de nuevo para explicarlo, necesitas un equivalente concreto que alcance a explicar la dimensión de una emoción intangible.


Seguro que ahora estarás pensando: “pero el enfado no es intangible ni abstracto, yo me doy cuenta cuando alguien está enfadado”. En realidad, lo que ves no es el enfado en sí, sino que lo que percibes son las respuestas fisiológicas causadas por esa emoción. Es decir, la elevación de la temperatura corporal de una persona enfadada no es el enfado, sino una consecuencia. La cara roja de una persona avergonzada no es la vergüenza, pero sí una consecuencia o respuesta del cuerpo que nos permite deducir que esa persona está experimentando dicha emoción.

Podríamos seguir poniendo más ejemplos, de hecho, hay muchísimos más, pero vayamos al grano. ¿Cómo es que describimos el enfado utilizando las propiedades del fuego? ¿en qué se parecen? Pues bien, digamos que esto es producto de un proceso evolutivo muy largo, y de la experiencia del hombre con el fuego. Imaginemos la primera vez que el hombre vio el fuego. Experimentando, el hombre fue descubriendo que el fuego producía calor, que podía hacer hervir el agua, que podía cocer los alimentos, que podía quemar cosas, incluido él mismo. Descubrió que beber agua hirviendo quema todo dentro. Que, si se acercaba mucho al fuego, sentía muchísimo calor, pero que, a la distancia adecuada, en los días de frío, podía ayudarle a mantener su temperatura corporal. Ahora que hemos viajado en el tiempo y hemos imaginado la experiencia de los cavernícolas con el fuego, pensemos en lo que sentimos cuando estamos enfadados. Cuando algo nos hace enfadar, en nuestra mente y en nuestro cuerpo se desencadenan una serie de respuestas fisiológicas (como ya he dicho más arriba) que incluyen: enrojecimiento, aumento de la temperatura corporal, aceleración del ritmo cardiaco, sudoración excesiva, entre otras. Como podemos observar, alguna de estas respuestas se puede asemejar a las que experimentamos cuando entramos en contacto con el fuego. Por eso, nuestra mente tiende a utilizar esa experiencia con el fuego como una forma de entender el enfado. Es por esto por lo que autores como Lakoff afirman que la cognición es “corporeizada”, es decir, proviene de la experiencia del medio que nos rodea, a través de los sentidos y por tanto, a través de nuestro cuerpo.

Pensemos en otros conceptos abstractos, por ejemplo, la vida, ¿qué es? ¿Cómo podemos explicarla? Pues nuestro lenguaje revela que todos entendemos la vida como un viaje o un camino. Por eso utilizamos expresiones como “sigue tu camino”, “su camino fue truncado por la desgracia”. Del mismo modo percibimos la muerte como el final de ese viaje o camino que es la vida.

Estos patrones no son solo evidentes en el lenguaje hablado, sino que también están presentes en otros modos de comunicación como son los sonidos, la música, los gestos y las imágenes, ya sean estáticas (como los dibujos) o en movimiento (como un vídeo). Por ejemplo, el ser humano categoriza el bien y el mal en términos de arriba o abajo. El bien está ubicado arriba y el mal abajo. Cuando una persona da su aprobación o quiere decir sin palabras que algo está bien, al menos en la cultura occidental, suele levantar el dedo pulgar señalando hacia arriba. Por el contrario, si quiere indicar que algo está mal, su pulgar señalará hacia abajo.

En definitiva, existe mucha más complejidad de la que imaginamos en nuestras interacciones diarias. Aun cuando pensamos que al hablar con alguien no hacemos nada extraordinario, el proceso mental que llevamos a cabo con cada frase, con cada palabra, y con cada gesto intercambiado, es realmente impresionante. Así que la próxima vez que hables con alguien, pon atención a sus palabras, a sus gestos, a la forma de mover sus manos, tal vez te des cuenta de la cantidad enorme de metáforas que producimos sin ser poetas ni escritores.

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